15 enero 2007

Los historiadores del tercer milenio

que lleguen a descubrir una breve biografía de Napoleón salvada casualmente de una catástrofe atómica, si emplean los mismos métodos que se han seguido con Jesús, demostrarán que la epopeya napoleónica no es más que un mito. Una leyenda en la que los hombres del lejano siglo XIX han encarnado la idea preexistente del “Genial Caudillo”

Las expediciones en el desierto y entre las nieves, su nacimiento y muerte en una isla, su mismo nombre, su caída, su resurgimiento, su recaída bajo los golpes de la envidia y de la reacción, el exilio en medio del océano. “De todo esto resulta evidente que Napoleón nunca existió. Se trata del eterno mito del Emperador; acaso es la idea misma de Francia a la que un desconocido grupo de fanáticos patriotas ha dado un nombre, una existencia y empresas fantásticas a comienzos del siglo XIX”, dirán infinitos expertos. Es decir, los sucesores de esos especialistas que aplican ese método al problema de Jesús de Nazaret.


Jean Guitton, citado por Vittorio Messori en Hipótesis sobre Jesús.

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