El número de octubre de Ínsula recopila artículos de y sobre Francisco Ayala, publicados desde la fundación de la revista en los años 40. Siempre ha presumido Ínsula de haber sido eso, una isla en el famoso páramo cultural del franquismo. El coordinador de este número, Luis García Montero, incide en ello, así como otros de los colaboradores. La pregunta es: si el régimen toleró Ínsula, ¿por qué no surgieron otras publicaciones críticas? Y, si Ínsula tenía patente de corso, ¿era realmente tan crítica como pretendía? Porque, que yo sepa, no se editaba en imprentas clandestinas ni se difundía oculta bajo las gabardinas: su propio tamaño era impropio para tal cosa. Antes al contrario, se publicó normalmente con las firmas más prestigiosas de la critica literaria.
Por otro lado, no se deja de aludir a la censura que padecieron las obras de Francisco Ayala durante el franquismo. Pero, mientras leo estas cosas, veo al margen las fichas de cada libro: De este mundo y del otro: Edhasa, Barcelona, 1963; El rapto: ediciones Alfaguara, 1965; De raptos, violaciones y otras inconveniencias (que, por cierto, trata de lo que indica su título): ediciones Alfaguara, 1966; El jardín de las delicias: editorial Seix-Barral, 1971. Además, en los textos se hace alusión a las reediciones españolas, en los 60 y 70, de obras como Los usurpadores o Muertes de perro, aparecidas primero, como es lógico, en la Argentina donde residía Ayala.
En fin, creo que más de un escritor soviético hubiera deseado para sí esa censura.