29 julio 2009

Una historia perversa


A decir verdad, creo que esta novela podría haberla escrito cualquier aficionado. Su asunto mezcla lo rosa y lo gótico sin pizca de originalidad, y el estilo no da destellos de talento. En una colección de kiosco, tipo Estefanía o Barbara Cartland, no desentonaría. Pero quizá es algo que puede permitirse una escritora cuando su nombre ya ha sido inscrito en el olimpo de la fama.

El caso es que si buscamos el mensaje, podríamos encontrarlo, quizá a despecho de la propia autora. Sabemos lo que está sucediendo con el arte: cualquier esperpento puede hallar justificación teórica, y desde hace un siglo hay gente que sacraliza el arte hasta el punto de inmolar la vida en sus aras. Un burro crucificado, una Madonna pringada de mierda tienen su sitio en las galerías por más que insulten no sólo la piedad sino la inteligencia. ¿Dónde está, pues, el límite? ¿Puede extrañar que surja un Frankenstein del arte dispuesto a profanar la vida y la muerte para dar salida a sus teorías estéticas? Ese es Octavio Saló, el protagonista de esta "historia perversa". Su arte lo justifica todo, y quien ose criticarle es que sencillamente no le comprende. Sin embargo, la idea estaba ya en Los crímenes del museo de cera, aunque Octavio encaja bien en el mundo personal de Adelaida García Morales, tan aficionada a los personajes masculinos inquietantes y atractivos.

Nota redactada en julio del 2001

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