Hay familias que en vez de familias son sólo sociedades domésticas: dos o tres personas que se han puesto de acuerdo en convivir. Hay que devolver cada cosa a su significado, pero lo importante es que veamos que la familia tiene un valor para la sociedad, y el matrimonio también lo tiene, porque se crea para procrear y educar hijos, que luego serán ciudadanos responsables. Pero las sociedades domésticas no lo pretenden como asunto principal, y en cambio cuestan dinero al Estado porque exigen derechos económicos, fiscales y de otra naturaleza, como si realmente hicieran una aportación positiva a la sociedad. Y no la están haciendo. El Estado no tiene que dar privilegios a personas que viven a costa de la sociedad, que se agrupan no por razones de necesidad sino por razones de placer. Si el Estado actuara de esta manera, no estaría actuando con justicia, que es una de sus características imprescindibles.
Carlos Cavallé, en entrevista con Jordi Jordà, Nuestro tiempo, enero-febrero 2005
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