03 marzo 2011
Los años mentidos
Estos libros de Ricardo de la Cierva concebidos como réplicas tienen dos lastres importantes. El primero, la extrema susceptibilidad del autor, que los convierte en un prolongado tu padre o lo dirás tú, algo cargante. El segundo, la prosa bastante tosca de don Ricardo, que se agrava con el abundante número de erratas que deja colar la editorial Fénix. Y eso que el autor se pretende con más méritos que Francisco Umbral para entrar en la Real Academia. A Umbral está dedicado el último capítulo de Los años mentidos, y la conjunción de ambos defectos resulta en él especialmente patética.
Creo que si algo alegró los últimos años de Francisco Umbral fueron justamente los cabreos de Ricardo de la Cierva. Cabrear a una señora de derechas es placer grosero, pero que Umbral no dejaba de permitirse. Ahora, un académico de la Historia, biógrafo de Franco, oh, eso... De la Cierva nunca comprendió que cuando Umbral proclamaba su distancia con respecto a la verdad no hacía un ejercicio de cinismo, sino que enunciaba un principio fundamental de su estética. En sus artículos como en sus libros, en cada una de sus frases en realidad, no quedaba de la verdad más que una partícula escondida, y en descubrirla bajo la armazón de la caricatura estribaba la gracia. Son quienes toman en serio a Umbral quienes tienen un problema, tanto los que se lo tragan a pie juntillas como los que se enfadan. Venir denunciando que Umbral miente es como presumir de haber descubierto que los escenarios de Cecil B. de Mille eran de cartón piedra.
El resto del libro aporta poco. Tal vez lo de la conversión de Azaña sea lo más interesante.
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