28 marzo 2011
Duelo en la casa grande
Es una pena que no podamos oír los monólogos que componen este relato, así como los leemos. Para un audio-libro, sería ideal, escogiendo, claro, a alguien capaz de imitar a la perfección el habla rural de Castilla.
Delibes ha empleado con frecuencia el habla coloquial para tratar asuntos serios. José Jiménez Lozano lleva aquí a gran altura este procedimiento. Ambos son capaces de mostrar hasta qué punto el castellano rural posee una riqueza de sentidos y de voces equiparable a un registro más académico, que aquí, sin embargo, no expresaría con la misma fuerza sus temas: las relaciones de poder, los odios reprimidos, el cainismo..., todo desde el punto de vista del humilde pero malicioso aldeano acostumbrado a perder, como hoy se dice.
Hay algo también de suspense policíaco en la trama, que empieza con una especie de informe policial sobre los actores del drama, hecho a partir de las fotos que obraban en poder de estos. Inmediatamente, sin embargo, toma la palabra Pedro Pedroso Pérez, Ojo Virule, y ya casi no la suelta. A través de su verbosidad, llena de salidas por las ramas, vamos intuyendo las relaciones entre los personajes, que desembocaron en algo sucedido durante el velatorio (el duelo) del cacique Julio Lorenzana, una especie de comendador fuenteovejunesco de poca monta. Como sucedió en todo pueblo español (la trama sucede poco después de la guerra civil), las enemistades políticas se unen a los odios personales, pero sobre toda otra consideración prevalece un "sálvese quien pueda", un agachar la cabeza ante los poderosos y un cazurro egoísmo, confugurando todo ello un cuadro patético, bien captado por el diseñador de la portada cuando plantó ahí el cuadro de Munch, con esa mirada estúpida del aldeano ante la casona teñida de rojo.
Nota redactada en diciembre del 2010
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