29 abril 2010

Pacto de sangre


Parece que, en vista del éxito de El cartero llama dos veces, James M. Cain dedició no arriesgar y ofrecer más de lo mismo. El pringado de su primera novela cede paso aquí a un agente de seguros y la diablesa ha cambiado de posición social para mejor. Pero él es aún un ser que obra por instinto animal y no deja nunca que lo humano se imponga sobre sus caracteres sexuales primarios, salvo en algún tibio rasgo de compasión y en la desesperación final. Ella es un monstruo de maldad, cubierta, como en las películas de horror, por un continente "capaz de enloquecer a un hombre". La víctima es igualmente un marido, pero las motivaciones de la malvada resultan aquí más sutiles.

Hay también una inocencia perjudicada por la maldad, cual es la hija del difunto y su novio, y, ni que decir tiene, sirve de contrapunto. Es algo, que yo recuerde, que también esá ausente del Cartero.

Y, en definitiva, ¿cuál es el aliciente de una novela como esta? La fascinación del mal, quizá, que Cain sirve con mano hábil, utilizando la elipsis conmo los buenos saben hacerlo, consiguiendo que resulte más estremecedor que el relato detallado. Me refiero a esto: "Me apoderé de una de las muletas y se la coloqué debajo del mentón. No quiero explicarles lo que hice entonces; pero a los dos segundos estaba acurrucado en el asiento trasero, con el cuello roto..."

Nota redactada en abril del 2007

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