Es una novela desigual, tan desigual que en el primero de sus puntos bajos estuve a punto de dejarla. No se puede repetir tantas veces que "sentí una tristeza enorme" o que "yo no entendía nada", o calificar una risa de "implacable" cuatro veces en la misma página, aunque sea con intención, que supongo que sí. Afortunadamente, está llena de párrafos que compensan con creces esos baches de principiante. Supongo que el autor no la remiraba mucho.
En fin, se trata de un niño en la guerra civil, y el protagonista es el odio, como indica el título; y el punto de vista es cristiano. Con estos mimbres, y salvando esas chapucillas que decíamos, Alfonso Albalá hace un cesto decente. Los que sufrieron la guerra en la retaguardia asumen el papel de carne expiatoria de los odios, presentados aquí con cruda desnudez, propia de un Ingmar Bergman, diría yo: así el joven que, moribundo tras caérsele encima la cruz que había arrancado, escupe al cura que le iba a dar la absolución. De hecho, es una novela que en sus muchos movimientos simbólicos, a veces confusos, recuerda con frecuencia al cine clásico europeo.
Nota redactada en marzo del 2010. La novela es de 1969 y de localización difícil.
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