05 abril 2010

El escándalo Cantalamessa

La verdad es que el amigo judío del padre Cantalamessa tiene más razón que un santo, a pesar de aquellos de sus correligionarios que creen tener el monopolio de la condición de víctima, a pesar de los chacales mediáticos y a pesar de la portavocía vaticana que no pierde ocasión de arrodillarse.

Todo el mundo sabe que el genocidio nacionalsocialista fue posible gracias a un caldo de cultivo antisemita en el que tuvo una responsabilidad eminente la intelectualidad alemana de los siglos anteriores, de la que Nietzsche y Schopenhauer son sólo anécdotas. Gracias a ese clima, en los años 30, el pueblo alemán estaba preparado para aceptar una cosa como el nacionalsocialismo. Hoy, en Europa, las novelas más leídas son aquellas en las que la Iglesia aparece como un parásito que sólo existe para coartar la libertad y los instintos de aquellos que tontamente se le someten. El cine lleva décadas promoviendo una visión semejante del clero, hasta el punto de que se hace necesaria una costosa labor de investigación para hallar una película donde aparezca un cura que cumpla una función positiva. De la prensa, qué voy a decir que no se sepa. En España, por la misma época del genocidio hitleriano, una propaganda mucho menos poderosa llevó a una masacre sin precedentes contra la Iglesia.

No me vale que la actual campaña se base en unos hechos perfectamente probados. También es posible que algunas de las calumnias lanzadas contra los judíos tuviesen algún fundamento real, uno, dos o tres. Es todo lo que necesitan los tiburones.

Así que menos huy lo que ha dicho y menos ay que no quise. Lo de Cantalamessa (lo de su amigo) es una verdad como un templo. Pero a veces quieres acariciar y te muerden la mano. Ya lo sabe para otra vez, padre.

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