13 abril 2010

Águila de blasón


He aquí otra sesión de fuegos artificiales, marca de la casa. Y he de reconocer que disfruto como un tonto con ellos. Sobre todo me admira cómo, en su primera época, Valle disimula el esperpento bajo el oropel modernista. Porque "esperpéntica" fue toda su obra, si bien de modo sutil en los principios y descarado al final. Creo que prefiero los principios, por la misma razón que aquél prefería la hipocresía al cinismo: el sepulcro blanqueado alivia el hedor de la podredumbre. En las "Comedias bárbaras", lo más feo que hay en nosotros aparece aún más abultado, pero hasta tal punto aliñado con motivos mágicos y aristocráticos, y con la pirotecnia verbal del autor, que en lugar de desagrado produce pasmo.

Estamos en una Galicia de leyenda artúrica, pero sin virtud, donde todos los caballeros fueran caballeros negros. A don Juan Manuel de Montenegro parece que le cuesta moverse, de tan literaria, o pictórica, que resulta su figura, pero en cierto modo les pasa lo mismo a todos. Nobles y siervos protagonizan una serie de viñetas prerrafaelistas donde (y tal vez aquí resida el toque valleinclaniano) sólo lo grotesco adquiere movimiento.

Nota redactada en marzo del 2008


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