04 junio 2009
Teresa
El de Teresa es el destino de todos los románticos, en cierto modo: un desengaño cruel. Tras el desengaño se vuelven cínicos, como aquellos que se lo han producido, pero con un cinismo atormentado que a veces culmina en la tragedia: "Cuando yo hago lo que me da la gana, me parece la cosa más sublime del mundo, y no soy hipócrita; en cambio tú haces tus canalladas como un beato de la canallería", le dice a Octavio. Esa es la diferencia. Una vez que ha despertado de su inocencia, va haciendo nuevos descubrimientos que no hacen sino profundizar en el pesimismo y que la precipitan en la enfermedad como en algo buscado.
Rosa Chacel es todo lo contrario a una romántica. No en vano pertenece a aquella generación llamada novecentista que aspiró ante todo a no dejar que el corazón interfiriese en el arte con sus caprichos. Y sabía por eso cómo los hombres, en sus peores momentos, son capaces de pisotear "las prendas más valiosas" de una mujer. Como sor Juana Inés de la Cruz, es consciente de que ellos terminarán siempre acusándolas a ellas de lo que su falta de señorío ha causado; sabe que en ese aspecto la mujer es más fuerte y así lo expresa, con serenidad y claridad orsianas: "se desembarazaban de ellas, débiles para soportarlas". Teresa es la pobre romántica que encontró demasiado tarde el auténtico canto infernal de Espronceda, sus poemas obscenos, y le faltó madurez y aplomo para afrontarlo. Si no fue así, bien podía haberlo sido. Por fortuna, Rosa Chacel fue más allá de la biografía y nos dejó una estupenda novela.
Nota redactada en agosto del 2001.
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