Pío XII era como prisionero de su silencio, pues estaba atormentado por la convicción de que una solemne protesta suya provocaría más reacciones despiadadas por parte de Hitler. Una eventual protesta pública suya hubiera sido el comienzo de la agonía de tantos rehenes inocentes en manos de los nazis. Pío XII probablemente recordó lo que había ocurrido unos meses antes, cuando la protesta de los obispos holandeses contra la crueldad de los nazis, expresada públicamente en su carta pastoral del 13 de enero de 1941, provocó la reacción de la Gestapo, que arrestó a 40 000 inocentes y los internó en campos de concentración. Pío XII, en aquella ocasión, había preparado una protesta pública contra Hitler, con el propósito de hacerla publicar en “L´Osservatore Romano”, pero los folios escritos en su mano fueron quemados por él mismo:
“Quiero quemar estos papeles. Es mi protesta contra la horrorosa persecución antijudía. Esta tarde tenía que haberse publicado en L´Osservatore Romano. Pero si la carta de los obispos holandeses costó 40 000 vidas humanas, mi protesta costaría 200 000. No puedo y no debo asumir esa responsabilidad. Por esto es mejor no hablar de forma oficial y hacer en silencio, como lo he hecho hasta ahora, todo lo que es humanamente posible para esa pobre gente”.
Giorgio Angelozzi-Gariboldi, Il Vaticano nella seconda guerra mondiale, citado por Gonzalo Redondo, Política, cultura y sociedad en la España de Franco, I.