04 diciembre 2006
El viaje vertical
Un autor ampliamente superado por su tema: es la impresión con que terminé El viaje vertical, novela de uno de los (según la solapa) más prestigiosos autores de la España actual. La odisea intelectual-emocional del hombre que a los setenta y tantos años se ve sumido de repente en una situación totalmente nueva merecería un tratamiento mucho más sólido. En efecto, la idea es buena, tremendamente buena, pero se va de las manos a un Enrique Vila-Matas que es posmoderno, demasiado posmoderno, empleando esta palabra con sus connotaciones de superficialidad y de menosprecio del pensamiento. En definitiva, hay que tener algo en la cabeza para emprender una aventura de este calibre. A no ser que desde el principio Vila-Matas se lo haya planteado como una parodia, pero entonces, ¿a qué vienen esos solemnes lemas que salpican el relato? Y no, a pesar de los toques de humor, no es una parodia. Sí es cierto que el personaje de Federico Mayol mueve a compasión, con su afán de adquirir una cultura que le fue, según él, negada por la guerra y que, por lo que aquí vemos, sólo sirve para entablar discusiones aburridas y pedantes. Federico quiere emprender el viaje vertical para ser aquello que la guerra y la familia no le habían permitido ser, pero descubrirá que, al final, ese viaje solo sirve para aceptar el vacío, la nada. Para nada sirve la cultura, ni la familia, ni la política. Pero todo parece como el cruce de muchos planteamientos diversos que no llegan a resolverse.