27 diciembre 2006

Treinta relatos

Clarín es el de siempre, le dé la vena por lo histórico, simbólico, sentimental o fantástico. Pero quizá donde brille a más altura sea en la veta satírica. Y eso que en muchos de estos cuentos se nos muestra como el cristiano que decía ser, y para muestra véase el final de “El caballero de la mesa redonda”. Pero, por lo general, cuando se pone serio, por así decirlo, resulta dulzón, más anticuado. Es en su caricatura (bueno, más bien fotografía en alta definición, diría yo) de las vanidades humanas donde es más efectivo. Ese retrato implacable de la naturaleza caída se da hasta en sus amables cuentos de Navidad y de Reyes, por otra parte nada convencionales y muy sugerentes.

Ha sido atrevida Carolyn Richmond en su selección (Espasa-Calpe, 1983), al excluir cuentos tan famosos como “Adiós, Cordera” o “Pipá”. El primero siempre me pareció la apoteosis de la cursilada, y sin embargo ahí está, citado siempre como una de sus obras maestras, cuando en este volumen aparecen tantas joyas desconocidas.

Muy mal tenía que haber visto Clarín a los eclesiásticos de su tiempo, si un hombre de su agudeza mental y de su confesado cariño al catolicismo fue capaz de lanzar los dardos de La Regenta y de otros lugares, algunos recogidos aquí. Pero lo cierto es que si algo le sacaba de quicio eran los cientifismos de su época, que pretendían suplantar a la religión. El positivismo no ha tenido en España mejor crítico que don Leopoldo. Mucho más diría, pues cada cuento merece un comentario, pero me he impuesto un límite.


[Nota redactada en agosto del 2000. A día de hoy no entiendo por qué puse ese y eso que, pues lo de ser cristiano no es óbice para ser un buen satírico. Faltaría más.]