01 octubre 2006

A veces resulta patético

el esfuerzo de los cristianos por abrirse camino entre las grietas legales de un gobierno socialista. Es como darse contra un muro. A un gobierno socialista no se le puede argüir en términos de derechos, libertades, democracia... El socialismo hace un uso particular de esos términos y disfraza con ellos lo que objetivamente no es más que arbitrariedad. Democracia popular, derecho de los pueblos, libertad sexual, todo está inventado hace tiempo y no van a pasarse ahora a una versión “burguesa” de esas cosas. Al socialismo, cuando se ha ramificado ya por todo el organismo de la nación (justicia incluida), sólo cabe oponer la fuerza.

Sucedió en otro tiempo, y resultó que la bestia volvió por sus fueros en calidad de víctima, enarbolando las bonitas y ambiguas banderas: libertades, democracia, para arrebatarlas a quien realmente sabe lo que significan.

Pero los cristianos tenemos otra fuerza, la del martirio. A ella se debió lo mejor de aquella victoria y va llegando el momento de emplearla de nuevo, esta vez con exclusividad. De este modo la victoria, una más duradera victoria, está asegurada, no importa la tribuna desde la que nos sea dado contemplarla.

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