Nunca entenderemos la nueva moral si no se nos mete en la cabeza que ahora no se trata de conservar la especie, sino de diezmar la especie, pero haciéndolo de un modo “humanitario”. Para ello se legalizan determinados actos, se despenalizan otros y se deja al hombre corriente desamparado, a merced de los depredadores y parásitos de su misma especie. La sociedad represiva se ha convertido en sociedad permisiva y ello ha llevado consigo una radical inversión de escala de valores. Las palabras siguen siendo las mismas, pero significan cosas distintas e incluso opuestas. Cuando los prohombres de esta sociedad hablan de “rearme moral”, “estilo ético” y demás zarandajas, lo hacen con perfecto conocimiento de causa, es decir, con premeditación y alevosía. Sin embargo, hay mucha gente todavía, chapada moralmente a la antigua, que toma las palabras por su valor nominal y se escandaliza cuando en los mass media o en la legislación esas palabras se convierten en hechos. En la sociedad represiva el aborto, la promiscuidad, las aberraciones sexuales, el impudor, la toxicomanía, el suicidio, la eutanasia, eran actos contrarios a la moral porque eran contrarios a la conservación de la especie... Esa sociedad se articulaba sobre tres pilares: la religión, la patria y la familia; la religión, en cuanto fundamento metafísico e institucional de la moral; la patria, en cuanto espacio sagrado y organismo colectivo de defensa y ataque; la familia, en cuanto centro primario de transmisión de valores y unidad de producción de biomasa. Esos tres soportes de la sociedad represiva son para la sociedad permisiva otros tantos estorbos, y a su eliminación se dirige el tiro concentrado de los legisladores y de los fabricantes de la opinión pública.
Esto lo escribía Aquilino Duque en 1983.