17 octubre 2006
El castigo sin venganza
Leer a Lope de Vega es como entrar en otro mundo, desde luego mucho más grato. No sé qué hay en sus personajes, en su manera de concebir la vida, en sus donaires y en sus quejas, en sus riñas y en sus muertes, pero, desde luego, uno quisiera topar con ellos en cada esquina, en lugar de hacerlo con quienes ves cada día, quiero decir, exceptuando a tus deudos, claro. Podría decir que parecen no haber perdido la inocencia, pero no es eso, por supuesto. Nadie menos inocente que Federico, Casandra y, por supuesto, el Duque. ¿Es una actitud cristiana latente tras las tropelías y los pecados de todos ellos? Es posible, pero tampoco podría asegurarlo.
En todo caso, es eso, ese bonus odor, Christi o no, lo más atractivo en una obra de Lope. El argumento de El castigo sin venganza es artificial donde los haya, y los problemas que la situación límite aquí planteada puede traer consigo, fáciles de resolver desde el punto de vista moral (aunque no, desde luego, como aquí se resuelven). Ningún duque lascivo deja a su joven esposa al lado del hijo bastardo, sobre todo después de haberla frustrado en sus expectativas conyugales, si no quiere econtrarse lo que este se encontró. Menos aún buscaría un castigo (¿sin venganza?, sólo su conciencia lo sabe) de tan maquiavélica ejecución. No, la obra de arte no está ahí sino en cada delicioso parlamento, en el ingenio de cada diálogo, en la penetración con que cada respuesta es meditada.
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