Creo que Antonio Prieto no buscaba sorprender a nadie, pues de otro modo no habría puesto este título. Intuimos, de hecho, que el endiosado y locuaz protagonista de este relato va a morir. Lo que no acabo de ver es el sentido de su asesinato por el interlocutor, ese cuñado sordomudo que se supone que no ha entendido nada. Descartado que se trate de un golpe chistoso, podemos suponer o que el mudo llevaba tiempo esperando la ocasión de acabar con el secretamente odiado pariente o que en realidad le había entendido leyéndole los labios y quiso vengar a su hermano, a quien el innominado parlante confiesa haber llevado a la muerte, a su vez.
No sé. Por lo demás me ha agradado esta novela, sostenida a base de un recurso difícil como es el monólogo. Supongo que Prieto aprovecha la moda experimental y en concreto el precedente de Mrs. Caldwell de Cela y Cinco horas con Mario de Delibes. En este caso es monólogo frente a un sordomudo en vez de frente a un muerto.
Y no cansa, ya digo. El narrador, un insoportable "hombre hecho a sí mismo", desgrana sus cínicas confesiones con la clásica elegancia que honra al autor e incluso con algunas reflexiones dignas de ser anotadas. Es posible que su "condena a muerte" sea una condena del cinismo, más aborrecible que la hipocresía porque exhibe la maldad sin pudor.
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