10 septiembre 2006
Donde siempre es octubre
El día en que Laura Espido Freire tenga algo coherente en la cabeza, puede ser una gran novelista. Mientras tanto, habremos de conformarnos con la rara sensación que nos producen estos personajes huecos, todos iguales en su vacuidad, unidos en la atmósfera infernal de esta ciudad imaginaria, esta Oilea donde quizá octubre signifique el reinado de la histeria y la hipersensibilidad. Más de lo segundo, porque una histérica al menos tiene sangre en las venas; y los personajes de esta historia parecen muertos. Dije atmósfera infernal y le doy este calificativo quizá más por la falta de alegría o de ganas de vivir que otra cosa. Amar se ama, al menos con la sensibilidad, pero también se traiciona y se odia con la asepsia aborrecible de quien no sabe lo que hace o quizá no le importa. No me aventuro a decir que es un diagnóstico de nuestro tiempo, en parte por no parecer pedante y en parte porque me niego a creerlo. Lo cierto es que la originalidad de construcción no se ve equilibrada por el interés (nulo) que suscitan los personajes, todos iguales, como creo que ya he dicho. Estas historias independientes con personajes comunes cuyas circunstancias hay que ir reconstruyendo te obligan a ir saltando hacia atrás continuamente para ver quién era Worsen, quién Copelia, qué parentesco une a Sorel y a Lavinia, etcétera, sin que el resultado reconforte lo más mínimo. Otra vez será, espero.
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