La frase en cuestión, por lo visto, es de Sylvia Plath, y la utiliza Ana Iris Simón en su carga contra la moral feminista.
Porque si una lleva una falda o un escote de un tiempo a esta parte lo lleva para sí misma o en nombre del empoderamiento, una de dos, y que no me mire nadie porque machete al machote y madre mía qué fuerte e independiente con mi falda, que era a lo que me reducían antes, a ser dos piernas y poca tela y me quejaba y con razón y ahora como por arte de magia resulta que eso es signo de empoderamiento, pero no puede mirarlo nadie. Nos hemos encerrado tanto en nosotros mismos, nos hemos individuado tanto y hemos hecho tantos esfuerzos para acabar con las dinámicas de poder –y, nos guste o no, la belleza siempre ha implicado y siempre implicará poder– que hemos terminado creyendo que no provocamos ningún efecto, ninguna reacción en el otro y que lo contrario sería inaceptable, aunque las mujeres nos lo hemos creído a medias, como todas las mentiras que nos contamos a nosotras mismas.
Por eso rara vez nos ponemos escote y los labios rojos para
estar solas en casa, de la misma forma que el pavo real no desplegaría su cola
si no hubiera una pava a la vista, porque gilipollas no es y por lo del ahorro
energético, y negar que un escote bonito es enseñado de cuando en cuando para
ser visto, solo cuando quiere ser visto, cuando quiere ser mirado, además de
ridículo niega parte de nuestro poder como mujeres, un poder que no se reduce a
lo bello y a lo sexual pero del que lo bello y lo sexual forman parte y no pasa
nada y por eso toda mujer ama a un fascista: porque todo el que mira nuestros
escotes lo es, a no ser que sea un trapero en un videoclip, entonces es un
trapero al uso, entonces se le permite. Y porque mal que bien y según el nuevo
canon, nuestros abuelos lo fueron y nuestros padres lo son. No solo porque se
les fueran los ojos con las mujeres bonitas que cruzaban los pasos de cebra
cuando pensaban, inocentes, que no nos dábamos cuenta.
(En Feria, capítulo así titulado)