La claridad es la cortesía del filósofo, decía
Ortega. Debo agradecerle, ciertamente,
a Juan Luis Lorda su estilo siempre
claro, porque la materia se puede prestar a lo abstruso. Antropología del CV II
y de
JP II. Como lo claro no quita
lo riguroso,
Lorda empieza por los
antecedentes: tendencias y autores que constituyeron el caldo de cultivo
intelectual del Concilio por antonomasia. Autores franceses, sobre todo, en lo
que se refiere a la Teología (
Lubac,
Congar,
Maritain) y alemanes o centroeuropeos en lo filosófico (
Buber, la fenomenología,
Kierkegaard). Ya metidos en el
Concilio, explica
Lorda que se trató
de dialogar con el mundo moderno sin comprometerse en lo opinable ni ceder en
lo inamovible de la doctrina. Por eso, la
Gaudium
et spes, quizá el documento más conocido y representativo de los que
emanaron los padres conciliares, se propuso en una primera parte afirmar lo
doctrinal y en una segunda arriesgar, por así decirlo, posiciones en materias
más sujetas a discusión. En todo caso, en esta, como en
Dignitatis humanae, se trató de dejar claro el compromiso de la
Iglesia con el ser humano, por la vía de mostrarle a Cristo como cabeza y
modelo.
Al pasar a Juan Pablo
II, Lorda no deja de observar
que decir Juan Pablo II es, en gran
parte, decir Concilio y viceversa. Nos muestra la amplia participación del
cardenal polaco en los documentos que hemos señalado, y cómo tanto su
pontificado como su pensamiento tomaron pie de la afirmación lapidaria de Gaudium…: “Cristo revela al hombre al
propio hombre”. Repasa la filosofía personalista del papa, según la cual la
persona se define por su capacidad (y necesidad) de relacionarse, lo cual la
asemeja (“a Su imagen y semejanza” fue creado el hombre) a la Trinidad. Y hace
ver cómo su personalismo da paso con facilidad a su doctrina social, según la
cual el capital está subordinado al trabajo, por ser este, el trabajo, una
dimensión fundamental de la persona, de la que carece el mundo animal.
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