Es una historia “galante” convencional pero iluminada por el
ingenio verbal de
Ramón: es como si
fuese una historia contada en otro idioma, el idioma de las greguerías o
ramoniano, a veces deslumbrante, otras veces menos, algunas pretencioso, pero
que no cede nunca terreno a lo convencional. Aurelia,
la Nardo, es una Margarita Gautier proletaria, nada dada a la
melancolía como la de
Dumas, antes
al contrario, ambiciosa en su trepar por su triste mundo arriba, que en la
ficción de
Ramón no es nada triste.
La que fue vendedora del Rastro se deja seducir por el buscavidas Samuel y
emprende una carrera triunfal por el mundo de la liviandad
[destripe] hasta que
es vencida por una fuerza superior a la de la “voluntad de poder” (estamos en
eso, en el fondo) cual es la de Eros. La
historia termina románticamente, con una doble inmolación en aras del
amor-pasión:
[fin del destripe]
Vieron, unidos en su abrazo de juramentación, que la vida tenía gesto
de acantilado y que todos eran enemigos del amor que al fin se encuentra y que
no es culpable de llegar a deshora ni de que haya otros compromisos hechos
cuando llega. Si el verdadero amor ha llegado, todo pierde sentido menos su
existencia, todo debe caducar en vez de pedir que caduque él, que es lo único
vivo y supremo.
Claro que, tratándose de Ramón, es difícil decir si esto va en serio o si estamos haciendo malabares
con los tópicos, una vez más…
__