Lo que consiguió aquella polémica fue poner de manifiesto la
catadura de los gobernantes europeos, que negando, u ocultando, la matriz
cristiana de Europa, hacían una declaración de intenciones. El caso es que la
dichosa constitución se ha olvidado, pero el proyecto de descarte de Dios sigue
adelante a grandes pasos. Weigel
repasa los principales fenómenos concomitantes de esa descristianización (o que
él considera tales, desde su postura de conservador norteamericano), los
autores que han venido haciendo de profetas (Solzhenitsyn, Lubac –El drama del humanismo ateo–, Dawson y, más modernamente, J. H. H. Weiler, de cuyas ideas este
libro viene a ser en parte una glosa), defiende el origen cristiano de los
derechos humanos y la democracia, encomia el papel de Europa del Este, sobre
todo Polonia, en su lucha contra el comunismo y, por supuesto, destaca el papel
de Juan Pablo II (de quien, por cierto,
es biógrafo), que, como de costumbre, no dejó entonces de afirmar las raíces
cristianas de Europa con voz recia y clara.
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