29 diciembre 2022

La libertad en el pensamiento

Este librito de don Antonio Orozco no trata de lo que parece sugerir su título, es decir, de la libre circulación de ideas en un país y su reconocimiento o no por el poder. Es, más bien, un breve tratado de gnoseología que, al adoptar un punto de vista cristiano, afirma el libre albedrío de la persona. Es decir, que uno encuentra la verdad no solo si puede, sino también si quiere. Y, cuando uno no quiere, surgen las filosofías no realistas o sus retoños, las ideologías.

Que uno no pueda vivir sin la verdad lo muestra el que los que la niegan sean incapaces de ser consecuentes hasta el final:

Se cuenta la anécdota que sucedió estando J.-P. Sartre –el filósofo del absurdo– en petit comité, defendiendo con particular vehemencia, argumentando con toda suerte de efectismos dialécticos que la verdad no existía. En esto, una discípula, enardecida por el entusiasmo, exclamó: “¡Qué gran verdad es esta!”. No deja de ser una esperanzadora respuesta. (p. 30, edición 1977)

Decir que en la negación de la verdad, o en la afirmación del error, influyen las pasiones humanas, y en concreto la soberbia, sería hoy una proposición indecente, casi delito de odio. Y, sin embargo, es fácil ver hoy que cuanto más desquiciado es un punto de vista –lgtbismo, animalismo, etc.– con más cabezonería se defiende. Es tan viejo como san Agustín: …et error meus erat deus meus (p. 133, edición citada).

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