06 julio 2011

Viaje al pasado


Es como si Zweig hubiera querido hacer una novela, o un relato (91 páginas en Acantilado), sobre aquel verso de Neruda: "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". El amor que nace entre un empleado y la mujer de su jefe se ve interrumpido, primero, por motivos profesionales (un desplazamiento temporal a México) y luego por la primera guerra mundial. Al cabo de los años, aunque no se han olvidado, no aciertan a dar forma pasional a lo suyo. Podríamos decir también que un amor ilícito revela su inviabilidad cuando se mete por medio el tiempo. La intervención oportuna de ella impide que se consume algo grotesco.

Y el arte de Zweig está precisamente ahí, en definir con tonos vivos ese cambio, en que veamos que su última cita resulta de todo punto grotesca antes de que lo diga el personaje, así como antes había conseguido que viéramos, más que entendiéramos, lo que es un enamorado.

El novelín tiene un interesante comienzo in medias res, o, más exactamente, casi al final de su asunto. Ahí apenas podemos entrever el triste desenlace, pues los personajes nos aparecen como perfectos enamorados. Parece que, mientras todo se mantiene en el nivel de las miradas, no se advierte el vacío. A partir de ahí se nos cuenta toda la historia de él, el encuentro con ella y la separación. El análisis del sentimiento, claro, tiene un papel preponderante, y destaca la habilidad de Zweig para armonizarlo con el plano físico: "... su voz recorrió esa escala que asciende cada vez más luminosa desde la sorpresa hasta la absoluta felicidad", y así todo.

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