15 julio 2011
La caja de plata
La novela negra tiene un gran poder de fascinación. La poesía de Luis Alberto de Cuenca es un manierismo de la novela negra. Hablo de la segunda sección de este libro, que es quizá la más original, "Serie negra": esos pequeños poemas que reproducen diálogos y situaciones en que fácilmente reconoceríamos la mano de Chandler, Cain o Mc Coy, sacados de contexto y puestos ahí como uno pondría un recuerdo de la China o de Madagascar en una mesita, en plan decorativo y un tantico snob. Y Cuenca, ese Bradomín guapo, mitómano e intelectual, se queda con dos personajes de ese universo: el investigador duro y la mujer fatal: agredida, muerta, casada, brillante, loca..., facetas de ese personaje que tiene para siempre la cara de Lauren Bacall y que nuestro poeta colecciona como un juego de cuadritos abstractos o pop-art, por seguir con el símil decorativo.
Hay poetas que crean una imagen literaria de sí mismos, que luego imitan en su vida hasta cierto punto, y por eso definí de aquella manera a Cuenca. Como Bradomín, donjuán decadente, aunque sin título nobiliario, se muestra en este libro y en algún otro de los suyos. Castiga con la ironía en "Mentirosa", es feroz amante en "Cataluña", esmalta de referencias culturales su tedium vitae en "La tristeza" y seduce con la amenaza, la autocompasión o la súplica. Hay también un culto a la amistad entendida tal vez como camaradería en el malditismo, pues algo de malditismo estetizado hay también en estos poemas, visible, por ejemplo, en la banalización del suicidio.
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