01 julio 2011

Un pobre hombre rico o el sentimiento cómico de la vida


Unamuno es tanto más atractivo como narrador cuanto más se parece a Clarín. Así sucede en sus historias tragicómicas, tal Amor y pedagogía o este pobre hombre rico, relato publicado como una de esas "tres historias más" que acompañaban al San Manuel. Hay, sin embargo, aspectos que le separan del asturiano genial y que le dan fisonomía propia. Primero, Unamuno no se ensaña con las pequeñas miserias humanas, a pesar de lo humanamente mediocres que puedan ser sus personajes, y esto porque lo que a él le interesa no es lo que de demasiado humano puede tener su criatura, sino lo que ella va a ser en el concierto del mundo. Y resalto ser porque aquí hay que emplear ese verbo en el sentido en que lo hacía don Miguel: ser como encarnar una vocación o vivir una individualidad propia que a uno le diferencia de todos los demás y que dé sentido a la conciencia, trágica conciencia, de existir. Vocación es justamente la palabra que emplea Emeterio Alfonso, el pobre hombre rico, referida a sí mismo. Pero Unamuno, como en otras ocasiones, se complace en emplearla con un sentido singular y propio. La vocación de los personajes unamunianos no se entiende como entrega sino como realización personal, diría no sin cierta cautela por la banalización, a veces irónica, que nuestra cultura ha hecho de esta palabra. Es, pues, una vocación egoísta, románticamente egoísta. Pero hay vocaciones que se resuelven en tragedia, como la de don Manuel Bueno, y otras que abocan a la risa, a una carcajada de ópera bufa, como es esta peculiar alcahuetería de Emeterio, ejemplo de sentimiento cómico de la vida.

Nota redactada en enero del 2001


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