La famosa hiperlegitimidad de la izquierda funciona en todos los ámbitos. Y no es de extrañar, teniendo en cuenta que se ha trabajado de un modo tenaz durante años y años. No digo en política, claro, sino en propaganda. Lo de Russian Red es sólo una anécdota, aunque ilustrativa: en una cultura que sacraliza el diálogo, algunos se sienten autorizados para insultar de la manera más ramplona a quien dice decantarse (sólo decantarse, ojo) hacia la derecha.
En concreto, lo que está sucediendo con el movimiento indignados me recuerda lo que ocurrió con la LOGSE: instaurada por el gobierno socialista, no fue hasta la llegada del PP cuando aparecieron los libros que denunciaban abiertamente sus lacras. Es como si hasta entonces un temor reverencial hubiese impuesto el silencio. Con lo cual, de hecho, los denuestos cotra el sistema (de enseñanza, en este caso) dejaban en segundo plano a quien lo diseñó y recaían, de rebote, en el gobierno corriente.
Así, los indignados han surgido bajo un desastre socialista, pero sus clamores contra el sistema van a dar de lleno en el trasero del gobierno llamado a tomar el relevo. No puede extrañar que algunos piensen que era eso justamente lo que se buscaba. En todo caso, el fenómeno se encuadra en la dicha hiperlegitimidad: cuando la izquierda falla, es todo el sistema quien tiene la culpa; pero, cuando la izquierda ceda el poder, veremos cómo el blanco se va delimitando algo más.
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