Aquel invencible y constante amor era tan poderoso como la propia vida, y en los dolorosos años compartidos se reflejaba en sus rostros, en el lento intercambio de miradas silenciosas llenas de dolor, en la infinita paciencia mostrada frente a las penalidades, en las contenidas lágrimas y los ahogados sollozos...
Ya no existían los rayos luminosos, ni la noche azul, ni el cálido aliento; al cabo de los años parecían juegos infantiles comparados con aquel lejano amor vivido a lo largo de la variable y temible vida. Ya no se oían besos ni risas, tampoco las confidenciales y profundas charlas en el quiosco rodeado de flores en la fiesta de la naturaleza y la vida... Todo se "había marchitado, había pasado"
Narrador de Oblomov
Al pronto me pareció una buena ilustración de lo que Benedicto XVI (y otros) llama el agapé, el amor maduro y depurado, frente al eros. Y es cierto que esto refleja lo vivido por muchos matrimonios. Pero, ¿no podía ser más luminoso? ¿Ni besos ni risas? ¿Tienen que marchitarse los rayos luminosos y la noche azul? Demasiado ruso, Goncharov.
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