Lo que más agradaba a Guerra, en los paliques con la que fue su criada, era no encontrar en ella el mohín antipático ni el tonillo insufrible que suelen adoptar las personas que hoy se dan a la vida piadosa. Leré [...] no hacía pinitos de perfección; no se quejaba de su marcada discrepancia con el mundo presente, y hablaba y discurría como si todo cuanto la rodeaba estuviese en completa conformidad con ella.
(En Ángel Guerra, novela que casi nadie lee por culpa de sus dos tomazos, pero interesante como ejemplo del sesgo espiritual que toma Europa, y Galdós en particular, a fines del XIX.)
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(En Ángel Guerra, novela que casi nadie lee por culpa de sus dos tomazos, pero interesante como ejemplo del sesgo espiritual que toma Europa, y Galdós en particular, a fines del XIX.)
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