Entre tantos dioses como hay, el único que me interesa es este que se hizo hombre; ¿por qué vamos a interesarnos por los demás, si ellos no se han interesado nunca por nosotros? Si hay Dios, ha tenido que hacerse hombre, ¿por qué no iba a hacerse? ¿Cómo iba a dejarnos tan solos, con eso tan horrible que es la inteligencia, la lucidez ante la nada? Una lucecita insignificante perdida en el fondo de la oscuridad eterna y sin fin que nos envuelve. Si fuese así, si estuviéramos solos, cuando miramos el cielo de noche, el espacio interestelar tendría que helarnos la sangre de terror. Un espacio vacío, frío más allá de lo imaginable, eternamente tenebroso, incomprensible telón de fondo del universo.
¿Por qué, pues, la visión del cielo de noche nos serena, nos acompaña, nos llena de confianza? ¿Por qué? ¿Quién es el que nos hace compañía? ¿Quién?
Existen tantas cosas que no nos importan ni un pitoche, ¿y no va a existir Dios?
Luis, en Incierta gloria, de Joan Sales
Otra referencia a esta novela aquí.
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