23 diciembre 2010

Era un antojo.


Tenía que serlo. Me gustaba que mi mujer fuera atea. Su postura me facilitaba las cosas. Simplificaba la planificación familiar. No teníamos escrúpulos a la hora de usar anticonceptivos. Nuestra boda había sido civil No estábamos encadenados por principios religiosos. El divorcio estaba a mano, cuando nos apeteciera. Si se hacía católica, habría toda clase de complicaciones. Costaba ser un buen católico, costaba mucho, y por eso yo había abandonado la Iglesia. Para ser un buen católico tenías que abrirte paso entre el gentío para ayudarle a Él a cargar con la cruz. Yo posponía el gran salto adelante para otro momento. Si ella lo daba, tendría que seguirla, porque era mi mujer. No; era un antojo suyo, una fantasía pasajera. Tenía que serlo.

Es el doble de John Fante en su novela Llenos de vida. Por cierto: no era un antojo. Una buena lectura para Navidad.

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