21 octubre 2010
Mientras no tengamos rostro
Emprendí la segunda lectura de esta obra con el propósito de dejarme llevar por la historia y pasar de buscar símbolos y mensajes. Pero eso resulta imposible: estamos hablando de lo más parecido a una Divina Comedia de los tiempos modernos, donde casi cada episodio tiene un simbolismo. El juego es lo suficientemente atractivo como para dejar de practicarlo. Lo que no quiere decir que la historia en sí misma carezca de fuerza.
No sabemos hasta qué punto Lewis podría decir "Orual c´est moi", como Flaubert con su personaje. Su biografía es también la de alguien que siente repulsión hacia los dioses (léase las cosas de Dios), en parte por el modo como los hombres presentamos a los dioses, y sólo él sabe si en parte por resistencia a la gracia; pero que acaba, como Orual, por sucumbir ante el empuje insistente de esa gracia. En todo caso, Orual es cada uno de nosotros; nosotros, portadores de un nombre (aquí, rostro) que, según la escritura, sólo nos será revelado al fin de los tiempos, y con actitudes diversas ante lo poco que del rostro de los dioses (léase de Dios) nos es dado contemplar aquí.
Nota redactada en abril del 2010
Otras obras de C. S. Lewis comentadas aquí:
Lo eterno sin disimulo
Cautivado por la alegría
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