La censura, como tal, es un arma de vencedores, que pocos saben manejar con sutileza. En España se dio hasta la Ley de Reforma Política, cuando los vencidos fueron invitados a la fiesta, no de modo tan altruista como pudiera parecer, ciertamente; y no ya como vencidos, pues se trataba justamente de olvidar rencillas.
Si la censura del vencedor se hubiera aplicado con tanto rigor como en Europa, hoy seguiría siendo delito exhibir la hoz y el martillo o negar la matanza de Paracuellos. De hecho, un modo de manejar con sutileza la censura consiste en tipificar como delitos, e incluso como enfermedades (¿hay que recordar la famosa homofobia?), las opiniones que se quieren reprimir. En España aún vivimos de la explosión de libertad de la transición, pero la querencia del partido del gobierno parece apuntar en el sentido descrito.
Los curas y los militares siempre fueron muy toscos. Tenían los maestros, tenían los medios de comunicación... Un organismo de censura era perfectamente superfluo, como lo es hoy, para la imposición de una idea. Y, a la larga, ¿qué les ha traído? El descrédito. Para que aprendan.
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