A medida que avanzo en la lectura de Carlos Ruiz Zafón voy comprendiendo la clave de su éxito: es un virtuoso. Y ojo, que esto no quiere decir que sea un genio. Más bien podemos pensar en un alumno aventajado, mención de honor, de esos talleres de novela que tanto proliferan últimamente.
En efecto, su dominio de los recursos de la narración es admirable. Lo pensaba cuando el prota se entrevista con una vieja que, como sucede en las novelas negras, le ofrece alguna pista valiosa. La dama termina su parrafada con un: "¡váyase de esta ciudad! Está maldita... ¡maldita...!" En el capítulo siguiente, la relación amor/odio con una jovencita tirando a repelente se concreta en una conversación que termina así: "Y, Daniel... No es cierto que usted no sepa querer a nadie" (cosa que Daniel había dejado caer poco antes).
Son sólo dos ejemplos, ambos de final de capítulo (lugar que hay que cuidar especialmente). De otros procedimientos abusa un poco, como del "fue entonces cuando lo vi". Pero nadie es perfecto.