No podía faltar el sociólogo enterado que metiera las zarpas en esta preciosidad de narración y le hiciera decir lo que no dice. Y no lo digo por Francisco López Estrada, que me ha parecido un comentarista ponderado, sino por las referencias de otros autores a los que alude en el apartado de la "trascendencia" de la obra. Esas lecturas según las cuales estaríamos ante la obra de un converso que denuncia la intolerancia de la monarquía española contra los moriscos. ¿Qué tiene que ver esta historia de caballerosidad y de lealtad con una novela de realismo social? Mucho más cierto es que -como expone el mismo López Estrada con anterioridad- estamos ante una exaltación de las virtudes humanas, redescubiertas en la época en que se escribió el relato, y que están por encima de la religión o de la raza. El que la sociedad española disfrutase con este tipo de narraciones y conociera al dedillo a Séneca, sólo muestra que la tolerancia -rectamente entendida como clemencia y respeto a la dignidad humana del contrario- era entonces mucho más común de lo que se pretende hacer ver. Lo que estaba muy lejos de los españoles de la época era la idea de que todas las leyes -cristiana, musulmana o judía- fuesen igualmente válidas y condujeran por igual al hombre a su plena realización. Diferencia sutil pero esencial, y que tampoco López Estrada parece tener clara del todo.
Nota redactada en julio de 1999. La edición de que hablo es la que mal se muestra aquí, que se acompaña de romances sobre los abencerrajes.
__