23 mayo 2008

Dos rombos

... Pancho y yo no reíamos. Ni Eneas. Ni nadie. Empecé a enfurecerme, empecé a tener ganas de clavarle mi cuchillo a Luisito. No, amigo, no es honrado. Un individuo puede ser todo menos marica. Puede ser una víbora que muerda a su propia madre, una hiena que devore a sus cachorros, un... ¡cualquier cosa! Pero un marica, un monstruo que llega a marica por cobardía, por degenerado, por no ser capaz de mirar a una mujer, un tipo así no merece la vida, no la merece, porque hiede peor que toda la carroña del mundo junta. Y aquella rubia, aquella... Era hermosa y yo me estaba enfureciendo. No es decente que una mujer se acueste con otra como si se tratara de un hombre. No es honrado, amigo. También creo que es lo más repugnante y cobarde que puede darse en la vida. Lo más asqueroso. Estaba pensando en estas cosas y ninguna palabra podía llegarme a los oídos. Ninguna, amigo. Me entraban ganas de atar a Luisito y a sus amigos en la selva y dejarlos allí para que las hormigas les disputaran a los urubús los trozos de carne humana. Y ni siquiera esa muerte merecían. Era poco...

Gad, en Tres pisadas de hombre, de Antonio Prieto.


No, no lo suscribo. El odio al homosexual no es cristiano y no es, por tanto, auténticamente humano. Lo traigo porque expresa muy bien lo que el hombre, digamos, "en estado de naturaleza", siente ante el homosexual. La igualdad es forzada y las tolerancias al uso son, en el fondo, egoístas: "lo tuyo está muy bien y lo mío con X también, claro". Por cierto, me pregunto si Antonio Prieto hubiera podido publicar hoy este texto, a pesar de estar puesto en boca de un contrabandista asesino.