La vie es un cuadro de Picasso, y se diría que Carlos Rojas, harto de tanto best-seller sobre pintores y enigmas en torno a cuadros, hubiese decidido dar la réplica culta y tirar por elevación, ofreciéndonos un despliegue de intelectualismo y de arte narrativo. A quien le gusten los fuegos artificiales en la novela no le será difícil disfrutar con estos continuos cambios de punto de vista, saltos en el tiempo, mezcla de realidad, sueño y fantasía, manipulación de personajes históricos, digresiones y un argumento que, desde luego, no avanza linealmente, qué vulgaridad, sino en espiral, por así decirlo, revelando nuevos aspectos del asunto principal conforme avanza.
A decir verdad el fondo es escasamente original, ya que Rojas no hace sino incidir de nuevo en sus temas de siempre: dónde está, cómo es la vida eterna, hemos de esperar otro infierno o éste es el infierno, la vida no es sino una condenación... Temas que, por supuesto, no son sólo suyos, y ahí está también el arte como acceso a la eternidad o el transporte amoroso como pálido reflejo de ella... Y la perspectiva del autor, también como siempre, es de una acidez que podría llamarse nihilista si no fuera por lo que tiene de búsqueda. Si las criaturas de Mauriac buscaban a Dios entre gemidos, los de Rojas lo buscan entre desplantes y provocaciones.
Nota redactada en julio de 2007
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