03 mayo 2008

Los días frágiles


Los personajes de Carlos Pujol me dan, no sé por qué, la impresión de que lo más interesante de ellos está antes o después de lo que se nos cuenta de ellos. Al menos, los de Es otoño en Crimea y los de Los días frágiles, que es lo que conozco. Los días frágiles es, en la fecha en que escribo, lo último de la producción narrativa de Pujol. Hay ahí el hijo de un republicano español, que vive en París con su tía; un joven ciego de extraordinaria agudeza verbal y una especie de agente secreta que dan para mucho. Pero el novelista ha preferido darnos sólo un fragmento de su vida; fragmento, eso sí, azaroso, pero ¿hasta qué punto decisivo en su existencia? Lo aforntan con un arrojo y a la vez un desengaño que descubren todo un mundo de experiencias pasadas. Y eso es lo que no se nos cuenta.

Yendo a otra cosa. Pujol se nos muestra aquí posmoderno, en el sentido de que los azares y peripecias de los héroes parecen un juego, más aún, un entretenimiento desapasionado, algo parecido a un matar el rato mientras todos los demás están ocupados huyendo para salvar su vida. La inminente ocupación de Francia por las tropas de Hitler no parece perturbar lo más mínimo a Jean-Luc y a su amigo español, que después de salir a escape de un coche que instantes después será acribillado se entrevistan con la mujer que los abandonó allí, sin más alteración que seguir pidiendo nuevos datos del enigma.

Nota redactada en octubre del 2003.

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