16 mayo 2008

Si valen las microfaldas, que valga el velo


(Hace unas fechas, me pedía “Atizaypapel” que recuperase algo que escribí hace tiempo sobre el velo islámico. A ver si era esto.)

Parece que no se acabó la cuestión del velo. Llama la atención, acostumbrado uno a todo tipo de experimentos en las pasarelas y teniendo en cuenta que venimos de unas décadas de imperio de la informalidad, la polvareda que una prenda de vestir puede causar en la “opinión publicada”.

No me llama nada el Islam. Lo que más aprecio de él es su reelaboración por los poetas románticos, la Alhambra de Irving y todo eso, las novelas de Cervantes y el Guerrero del Antifaz. Y las palabras españolas de origen árabe, que son quizá las más bonitas. Por lo demás, abomino de una España islamizada en todo o en parte. Con todo, cuanta más guerra dan con el asunto de la laicidad más me pongo del lado de las niñas veladas y de sus padres.

Ahora parece que en Francia algunos centros públicos empiezan a poner límites en el vestir. Pero cuando convives con camisetas kamasútricas o faldas que se adivinan más que verse, o cuando tienes que explicar la conveniencia de quitarse la gorra en clase (porque, entre otras cosas, no molesta el sol), no se entiende semejante obsesión por una cabeza más o menos cubierta.

Es una señal de sumisión, dicen. Bien, y eso ¿está escrito en el pañuelo: “soy inferior”? Es un símbolo religioso, añaden: ¿habrá que volver a explicar la diferencia entre la laicidad y la histeria antirreligiosa? No. Aún no he tenido en mi clase a una musulmana con velo, pero, cuando llegue ese momento, por mi parte no habrá la menor insinuación de incomodo, pues no me dejan tenerla ante unas piernas peludas. Y si no, ya saben la solución: uniforme.

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