Hace unos días, expresaba Enrique Baltanás su asombro por el hecho de que a Ortega se le considerase un liberal, siendo así que era un estatalista de tomo y lomo, como lo demostraba su idea de que la educación (y, en concreto, la educación moral) había de ser patrimonio del Estado: todo un apóstol de la Educación para la Ciudadanía.
Es cierto. Pero es que Ortega era un liberal en el sentido histórico, o decimonónico, del término; en el sentido de apostar por el Estado como garante de la libertad de pensamiento, trasladándole las competencias que tenía asignadas la Iglesia, entre ellas, claro, la educación. El liberalismo azañista, vamos.
Y a lo mejor se lo creían. Pero la historia se ha encargado de demostrar que ese proceder garantiza, no la libertad, sino el monopolio del pensamiento por el Estado, que es lo que se pretende con la asignatura estrella de la LOE.
Sin embargo, ya en 1938, Ortega auguraba para Europa dos formas de vida pública:
... la forma de un nuevo liberalismo y la forma que, con nombre impropio, se suele llamar totalitaria. [...] Los pueblos menores [¿pensaba en España?] adoptarán figuras de transición e intermedias. Esto salvará a Europa. Una vez más resultará patente que toda forma de vida ha menester su antagonista. El "totalitarismo" salvará al "liberalismo", destiñendo sobre él, depurándolo, y gracias a ello veremos pronto a un nuevo liberalismo templar los regímenes autoritarios. ("En cuanto al pacifismo")
Esto pueden interpretarlo como quieran. Yo lo leo en el sentido de que la experiencia totalitaria, con sus excesos, curaría de estatalismo a los liberales, dando lugar al actual concepto de liberalismo (en Europa): una apuesta por la sociedad frente al Estado. Lo cierto es que hablamos de un término analógico, como tantos otros en Humanidades, que ha de entenderse en función del contexto.
__