Es sabido que las generaciones primeras del siglo XX se formaron en los periódicos y que de los periódicos proviene gran parte de su literatura. El valle de Josafat es una colección de glosas, como Eugenio d´Ors llamaba a sus pensamientos breves, más amplios que una greguería y más pequeños que un artículo. La idea era llamar a juicio a personajes provenientes de los más diversos ámbitos, de Rubens a Virgilio, de Riego a Paganini, lo que se traduce en bosquejos de su personalidad, quiero decir de la idea que su personalidad ha dejado en la mente curiosa del autor. Lo primero que llama la atención es la enorme ("impresionante", dice el prologuista) cultura de Eugenio d´Ors, versado en arte, en música, en literatura, en historia. Después, hay que admirar su imaginación desbordante, por llamar de algún modo a ese don que le permite retratar a Judas como "campanario vigía" o "clave de arco" de la historia, a Berkeley como "un globo ocular que careciese de párpados" o a la música de Bach como "arquitectura en movimiento". Rafael Alvira, en su prólogo, lo compara con la labor de un caricaturista. En todo caso, es un alarde, y probablemente d´Ors se ofendería si lo llamase barroco, pero es el adjetivo que me sugiere su obra, por lo menos al leerla así, toda de golpe. Es, al menos, conceptista, al encerrar en pocas palabras un pensamiento de enorme densidad. Y, si uno tiene paciencia, encontrará pinceladas de genio.
Nota redactada en julio del 2001.
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