¿Puede hablarse de novela de denuncia? La situación de la educación en España al filo del 2004 está ahí, sí, pero no de un modo explícito, tratando de poner los detalles delante de los ojos del lector; antes bien los detalles (en este caso la agresión, la prepotencia, la inversión de valores) aparecen en sordina. No, no es una novela de denuncia, sino de diagnosis, y en eso tiene mucho en común con Teorema de Pitágoras. Hay algo inquietante tomando cuerpo bajo nuestra existencia rutinaria de europeos acomodados. Hay una amenaza latente que empieza a dar la batalla en forma de colegiales agresivos e impunes.
Como de costumbre, Jiménez Lozano se vale de un distanciamiento irónico que da a la novela el típico aspecto naïf de sus producciones. Nada más engañoso, sin embargo, que la rutina de esas conversaciones banales. El narrador parece no perder la serenidad a lo largo de esa carta que dirige a su pariente, pero el horror contenido acaba estallando en la última parte, en la que Jiménez abandona de modo significativo la primera persona para ofrecernos a su personaje desde fuera, perdido el control de sus nervios, tocado por la barbarie personalmente. De barbarie se habla, en efecto, de modo explícito en esta novela, incluso ya en el lema, aunque me pregunto si no es injusto para con los antiguos bárbaros equipararlos con estos orcos satisfechos que hemos conseguido crear a fuerza de pedagogía delirante.
Nota redactada en octubre de 2005.
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