Nunca un libro de texto se pareció tanto a una novela. Y esto no es descalificación, sino elogio, porque supone que José Ramón ha conseguido su propósito. Quería él una novela que sirviera, ante todo, para que los escolares aprendieran filosofía, historia y literatura del mundo grecorromano. Y ha conseguido las dos cosas, la novela y el libro de texto. Puede haber quien diga que hay pasajes que parecen mera historia, como aquellos en que César expone la gestación y realización de la guerra de las Galias, y otros que son apología del pensamiento platónico-aristotélico frente a los sofistas de ayer y de hoy. Todo eso es cierto. Pero, ¿acaso no hay capítulos auténticamente ensayísticos en las novelas de todos los tiempos, y singularmente en mitos de nuestra época como Thomas Mann o Musil? No, no es desdoro para José Ramón el que pueda calificarse de didáctica o de ensayística su obra. Ideas mil veces repetidas en sus títulos anteriores están también en Querido Bruto. Pero hay también momentos novelescos cien por cien, como el capítulo "Cloaca Máxima", que me parece la cima de su arte narrativo y que demuestra que el aparato cultural, por así decirlo, no está ahí para disimular una impotencia. No aprovechó tampoco, como fácilmente pudo hacer, la evidente simbología de este capítulo. Y qué decir de la elegancia de su vocabulario, plenamente clásica, digna de la misma admiración que provocan tantas frases agudas. Es, sí, un libro para pararse a meditar a cada paso.
Nota redactada en mayo de 1999.
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