08 enero 2012
La abadía de Northanger
Con ese título uno puede esperar una novela gótica, digo, claro, si no conoce a Jane Austen. El caso es que por ahí van las intenciones de la autora, que quiere burlarse, todo lo que le permiten sus exquisitos modos y su britanidad, de los novelones de misterio que hacían furor en su tiempo. En la abadía de Northanger, Catherine imagina encontrar misterios y crímenes, como los que pueblan su admirado Udolfo, título también claramente paródico. Pero no: sólo va a hallar amores y desamores, amistades y desafecciones, y todo envuelto en el mundo de refinada cortesía y fina elocuencia que es el contexto habitual de las creaciones de Austen.
Sorprende ver lo alargado de la sombra de don Quijote en la formación de la novela europea. Jane Austen quiso aquí poner en la picota un dererminado tipo de narración, y para ello nos presenta a una quijotesa nada loca, por cierto, pero sí con un punto de fantasía muy normal, por otra parte, dados sus diecisiete años. Es la narradora quien constantemente nos hace referencia a los tópicos novelescos de su tiempo, sobre todo en lo que se refiere a las heroínas, para contrastarlos con la figura de Catherine: "Nadie que hubiera conocido a Catherine Morland en su infancia habría imaginado que el destino le reservaba un papel de heroína de novela".
Si uno es lo que lee, sus modales, desde luego, saldrán mucho más pulidos después de una experiencia con Jane Austen. Amores y desamores, amistades y desafecciones... todo ello sin una palabra más alta que otra, con una retórica de la cortesía que llamaríamos versallesca si no fuera tan inglesa. Bueno, es la diferencia que va del balneario y la abadía a la playa o la casa rural, escenarios de nuesrreas actuales expansiones.
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