11 enero 2012
Vidas ejemplares
[Joseph] Frings era más hombre del pueblo que los demás eclesiásticos que habían conseguido sus laureles oponiéndose a la política de Hitler. Había sido objeto de las críticas junto con los mejores de ellos. En junio de 1943, una bomba había hecho saltar por los aires el refugio donde se encontraba, matando a dos monjas e hiriendo a otras cinco. Frings se remangó y ayudó a rescatar a los heridos. Su propia casa familiar había sido destruida y en ella había muerto una de sus hermanas; un hermano perdió la vida durante un ataque aéreo contra Magdeburgo; otro falleció en un campo ruso.
Frings había sido nombrado arzobispo de Colonia en mayo de 1942, tras la muerte de su predecesor, Schulte, en el curso de otra incursión aérea. Los nazis habían expresado ya su opinión sobe Frings al atacarlo en su parroquia, y Peter Winkelnkemper, el alcalde "pardo" de Colonia, había arrojado un cenicero contra el sacerdote dejándole una cicatriz de recuerdo en la cara. Debido, quizás, a que había sido testigo del sufrimiento provocado por ambos bandos en el conflicto, Frings pudo hablar en favor de las víctimas. Promero se enfrentó a los nazis; luego, a los aliados, rechazando la idea de "culpa colectiva". Desde su púlpito hizo un llamamiento a los conquistadores en favor de la justicia y el amor cristiano; exigió la liberación de los prisioneros de guerra, habló en alto contra la hambruna y contra las expulsiones en el este y pidió que se procediera con justicia en la desnazificación. También abogó por las vidas de quienes habían sido condenados a muerte por los tribunales de los Aliados. En la Navidad de 1945 lo explicó con claridad a sus feligreses. La guerra había concluido, pero la situación del momento era de sufrimiento generalizado:
Considero mi deber aliviar vuestro dolor lo mejor que pueda [...] mediante la palabra y la escritura. Siempre he dejado bien claro que la nación no es culpable en su conjunto y que muchos miles de niños, ancianos y madres son completamente inocentes; y ellos son quienes soportan ahora los mayores sufrimientos en medio de esta desgracia general.
Giles Macdonogh, Después del Reich
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