31 enero 2012
El sentido de la vara
Tenemos razón al denunciar el trabajo de los niños, su implicación en los conflictos armados, su falta de escolarización, la prostitución infantil, el incesto y las agresiones sexuales, pero no habría que omitir su abandono educativo, que es actualmente el problema mayoritario. La idea de pasar por un mal padre, de ser denunciado por profesores como consecuencia de un cachete lleva a los padres a no intervenir nunca. Ahora bien, si el castigo corporal no es un método pedagógico válido, puede ocurrir que un golpe sobre el cuerpo del niño obligue a comprender que ha franqueado un límite intolerable. Algunos, en efecto, no son capaces de entender una orden más que a partir de su cuerpo cuando son refractarios al sentido de las palabras. Al confundir todas las situaciones y al hacer pesar un descrédito sobre la más mínima reacción un poco viva de los padres, muchos adultos se mantienen en la ambivalencia: perciben lo que deben decir, pero no se atreven a hacerlo. Esta incoherencia no es estructurante para el niño y menos aún en el momento de la adolescencia en que las conductas de violencia alcanzarán una dimensión distinta.
A diferencia de Tony Anatrella (La diferencia prohibida) pienso que la razón de abstenerse de castigar a los hijos reside en la dificultad de distinguir al hijo de la mascota, a la que se mima y a la que se encierra (¿en el colegio?) cuando estorba. ¿Exagero? Sí, claro, pero tal vez venga en mi apoyo la costumbre de imponer a los niños nombres de ídolos o de vedettes en lugar de santos o advocaciones marianas, como otrora.
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