11 abril 2011

La ternura del hombre invisible


Una de dos: o esta novela va en serio o es una parodia de las filosofías de la sospecha. Si es lo primero, se ha pasado de rosca, pero no una sino varias vueltas. Si es lo segundo, resulta poco menos que genial.

El tema podría enunciarse con un título de Torrente Ballester: yo no soy yo, evidentemente. Un tío vuelve a su casa en avión y resulta que su mujer no lo reconoce. Ojo: la señora afirma que no es él porque se le parece demasiado, átame esa mosca por el rabo. A partir de ahí comienza una serie de disquisiciones acerca de la identidad que causa auténtico vértigo y que se mezcla con una técnica narrativa de planos múltiples, pues la narración principal, en primera persona, resulta ser un manuscrito enviado a un segundo narrador que se reconoce en el primero hasta en el nombre, pues le llama mi homónimo. Este pone abundantes notas a pie de página que llaman la atención sobre los puntos oscuros del manuscrito, y es autor de unas glosas que titula "Al margen", situadas al final de algunos capítulos, con parecida finalidad. Algunas obsesiones de Carlos Rojas salpican el relato: la duda de si estamos en la tierra o en el infierno, la resurrección o la vida eterna como una condena (hay alguna alusión al Lázaro que protagonizará Auto de fe)...

Uno se pierde entre los múltiples episodios que parecen pretender una significación propia cada uno de ellos, y abundan los diálogos kafkianos junto a las detalladas impresiones del pasado y del presente del narrador. Un conjunto desconcertante al que salva la indudable calidad de la escritura de Rojas.

La novela es de 1963 y hoy se ha hecho, ella misma, invisible, salvo para algunos que tenemos la suerte de disponer de biblioteca escolar con algunas de estas rarezas.

__