08 febrero 2011

Narraciones extraordinarias


Es ser humano es asombrosamente capaz de aterrorizarse a sí mismo, y esta capacidad es la que explota Poe como un maestro. El hombre cientifista del siglo XIX estaba, además, preparado para ser herido por lo sobrenatural, eso que se empeñaba en negar pero que insistía en estar ahí, como los fantasmas de estos cuentos. Todos ellos exhiben la cara de la condenación, de la muerte fuera de Cristo, aunque no haya en los personajes un rechazo explícito de la gracia divina ni este sea el tema de los relatos.

Gran parte de las piezas me son conocidas por sus adaptaciones cinematográficas o televisivas. Por eso aquí parece que se quedan un poco cortas en su trama: en la pantalla, ya se ve, las engordan en ese aspecto. A cambio, tenemos aquí el elemento discursivo, esa introducción que suele hacernos el narrador con elementos a veces de seudociencia o de parapsicología, que tratan en vano de explicar lo inexplicable y que los sucesos se encargan de superar ampliamente. Es como una pantalla que nos distrae y sirve para aumentar nuestra sorpresa llegado el momento; un truco de ilusionista.

La edición de quiosco que utilizo no recoge toda la nómina de Narraciones extraordinarias. Se echa en falta Los crímenes de la calle Morgue, que ya conocía, o La caída de la casa Usher, de la que creo haber visto alguna versión cinematográfica. Me salto El escarabajo de oro, que también conocía y con una vez vale. Este cuento, que es como un problema de lógica, desentona de los demás por su racionalidad, pero Poe fue un maestro tanto para Agatha Christie como para todo cuentista de fantasmas que en el mundo ha sido. Y, tal vez, para las fantasías de Verne, pues el Manuscrito hallado en una botella parece jugar con las elucubraciones en torno al Triángulo de las Bermudas.

Nota redactada en diciembre del 2010

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