02 febrero 2011

¿Convergencia con China?


Suele subestimarse la fuerza de la envidia, su simplicidad irrefutable y el terreno extenso de su arraigo. El manejo del término igualdad, si no se limita a derechos, es un arma letal extraordinaria cuando se trata de segar espigas y cabezas que sobrepasan, tiene garantizadas la buena acogida multitudinaria y la eficacia en motivaciones a corto plazo, siembra de sal pero ofrece el atractivo irresistible de la esterilidad del vecino. El maoísmo era un ejemplo excelente de persecución de la excelencia, de negación de realidades evidentes como la pluralidad de aptitudes y la disparidad de capacidades, voluntad y energías. Contra esto, contra la constatación de lo innegable, se procuró un armazón ideológico que aligeraba a las gentes de la responsabilidad de sus vidas y repartía victimismo. Los ritos de confesiones públicas, denuncias y críticas ofrecieron a intelectuales y profesionales como pasto regular de unas mayorías que entendían su imposición en todos los terrenos como ortodoxia e inalienable derecho. Tenían, además del futuro, el argumento de las buenas intenciones, los solidarios y equitables bienes que sólo podían sembrarse con el previo desbroce. Junto con la fidelidad, se les distribuía una recta conciencia impermeable a la reflexión, a a las comparaciones y a la rebelión. El reverso, la alternativa, era una coyuntura angustiosa, difícilmente soportable porque sólo podía ser identificada con la traición.

Mercedes Rosúa, El archipiélago Orwell

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